No consiguió conciliar el sueño en todo el camino. Trató de acomodarse en el asiento como pudo, tampoco había demasiado espacio entre los sillones de aquel autobús. Pero Sandra no estaba incómoda solo por el limitado lugar donde tenía que pasar las siguientes 8 horas, la verdadera causa de su inquietud estaban fuera de aquel vehículo.
Yago siempre había sido parco en palabras y aquella llamada no había sido la excepción. No había dado más detalles sobre lo ocurrido, salvo el estado inconsciente de su tía y su ingreso en el hospital. Todo ello acompañado de la más absoluta insolencia, como siempre, como cada vez que hablaba con Sandra. Su relación siempre estuvo marcada por la distancia y la ausencia de cariño fraterno. Sandra desconocía cuál era la causa de tal desapego por parte de su hermano mayor. Para ella, Yago siempre fue su particular Gi-Joe. En la escuela se sentía orgullosa de tener un hermano tan alto y de cuerpo atlético que robaba las miradas de todas sus compañeras de 4 curso. Salvo por la pinta de Danny Zuko que le daba en ocasiones ese tupe, incluso a Sandra le parecía atractivo aquel muchacho de densa cabellera y ojos castaños. Hubo un tiempo en el que sí reveló cierto cariño por su hermana, al menos desarrolló el instinto de protección que se sabe en algunos mamíferos hacia sus menores. Yago nunca fue buen estudiante pero su interés por ser una figura en las artes marciales hizo que fuese uno de los preadolescentes más respetados en toda la escuela.
Sandra miró por la ventana del autocar. No le gustaban los viajes de noche, pues con la oscuridad le era imposible comprobar el cambiante paisaje que existía de Madrid a Galicia. Era como cambiar de país, de tierras áridas y aburridas, a campos fértiles y sendas divertidas. Incluso el clima era más agradable , pese a que su tierra abundase en lluvias y no tanto en soles. Observó el cielo gris, encapotado y amenazante, y comenzó a ver caer las primeras gotas de agua. Como no podía ser de otra forma, iba a ser un viaje pasado por agua.
La borrasca le trajo el recuerdo de aquella ocasión en la que, empapados por el agua que no dejaba de caer y con barro hasta las rodillas, agazapados en una esquina, se abrazaban Rodrigo y ella perseguidos por dos inconscientes novatos que querían la mochila de su hermano. Tuvieron que refugiarse tras el edificio del gimnasio, después de haber recorrido a la carrera todo el perímetro del colegio, esperando que aquellos dos nuevos matones no encontrasen aquel escondite. Cuando ya creían haberse zafado del peligro y el castigo que les iba a caer por «perder» de nuevo una mochila, aparecieron los dos proyectos de delincuentes con cara de pocos amigos. Rodrigo siendo el mayor, no se caracterizó nunca por su valentía, por lo que corrió a esconderse tras la espalda de su hermana. El cuerpo menudo y delgado de Sandra no era un buen escudo para nadie, pero la energía que le proporcionaba revelarse ante las injusticias, la hacían parecer más grande de lo que era. Cogió un trozo de hormigón que se había desprendido de un pilar que albergaba un cuadro eléctrico y lo elevó amenazante sobre su cabeza. Frunció el ceño y adelantó su pierna derecha en posición de ataque. Ella no iba a dar el primer paso, pero no iba a permitir que su hermano se llevase una riña de su padre por no delatar que nuevamente era víctima de una fechoría.
Pero no fue necesario que aquel proyectil abandonase la mano de Sandra. Tras los novatos apareció Yago. Como un Hércules cualquiera, sin melena pero con unos pectorales que se hacían sentir bajo una camisa de cuadros empapada por la lluvia, su hermano avanzaba por el patio con la mirada enfilada sobre aquellos dos muchachos. Estos , al ver que Sandra bajaba la mano y cambiaba su gesto por una amplia sonrisa burlona, giraron sobre sus pies para comprobar cuál era el motivo de la mofa. En ese momento, Yago vociferó el nombre de sus hermanos con tanta energía que pudo confundirse con un trueno, o así lo recordaba Sandra. No hizo falta ningún gesto más, los dos nenos quedaron inmóviles cual estatuas de sal y Yago paso entre ellos, apartándoles con sus corpulentos brazos en gesto displicente. Cogió a Sandra de la mano y con la otra, cubrió el hombro de Rodrigo , pasando por delante con aire triunfal. Yago avanzó sin mirarles siquiera, elevó su barbilla y les gritó con fuerza:»¡Nogueira, recordadlo siempre!»
Aquel momento marcó un antes y un después en aquella escuela, sobre todo para Rodrigo. Nunca jamás nadie se atrevió a molestar a aquellos dos niños, la sombra de Yago siempre quedaba al acecho de cualquier inconsciente que osase incordiarles. Incluso cuando Yago abandonó los estudios en 4º de la Eso para comenzar a trabajar con su padre, sin estar presente, su advertencia continuaba protegiéndoles a los dos.
De alguna manera Sandra era consciente que detrás de aquel joven sombrío y distante en el que se había convertido su hermano mayor, el resentimiento y un tremendo complejo de inferioridad intelectual habían sido la causa de la desidia hacia ella y Rodrigo. Se propuso cambiar esta situación. Romper una lanza por recobrar el amor fraternal que debía haber existido entre ellos y convencerse de que, la incapacidad que demostraba su hermano por sentir algo de afecto hacia ella no era, en absoluto, una barrera infranqueable.
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