El sol roza mi cara entre las heridas de la ventana. Siento la necesidad de apretar los ojos, pero me gusta pensar en la imagen del haz de luz acariciando mis mejillas. Es primavera, son las flores, los campos en verbena de colores, las mariposas que revoloteen, los pajarillos que despiertan al alba, es la vida que vuelve a recordarnos que es posible renacer, que es factible reavivar la belleza que existió antes del otoño ambarino y el eclipse invernal. Salgo al balcón, inhalo la brisa que silva desde la ladera. Qué sensación tan estupenda sentir que todo pasó , que hoy nace un nuevo día, una nueva estación que trae consigo una claridad capaz de borrar cualquier rastro de penumbra. En el horizonte las montañas arañan el cielo con sus cumbres aún nevadas, disipan las pocas nubes que se atreven a merodear alrededor del sol. El olor al rocío aún reciente me incita a despojar mis ropas y corretear entre las cintas de grama que verdean la pradera. El cuerpo desnudo , el alma al viento, sentir como la virginal naturaleza me purifica de pies a cabeza, me enerva de nuevo la sangre y fluye como el riachuelo después del deshielo. El fruto de la crisálida acaricia mi espalda, se posa en mi hombro y adorna mi estampa. Como un lienzo impresionista de Monet, desciendo por la ladera dibujando un sendero entre las flores que salvaguarda mi regreso hacia la realidad. Las amapolas cosquillean mis rodillas y erizan mi piel, se dibuja una sonrisa en mi cara. Todo es posible de nuevo, la luz que sucede a las sombras me ha encontrado y entregado al más absoluto estado de libertad, de amor y pasión.