El roce con la extrema suavidad de aquellas sábanas de seda salvaje, hizo que mi rostro sintiera la necesidad de despojarse de aquellas almohadas de plumón de oca siberiana. Noté un calambre en la base del cráneo pues, no estaba acostumbrada yo a tanta comodidad en los almohadones nocturnos. Agarré mi nuca con ambas manos e hice algunos movimientos ladeando la cabeza a izquierda y derecha en dirección a mis hombros, intentando recomponer su anatomía. Aproveche mi soledad en aquella majestuosa habitación para hacer unos estiramientos: estiré un brazo hacia arriba, después el otro y acompañada por un amplio bostezo me deje caer sobre aquel edredón de Oca Rusa. Sentí como me engullían el colchón, las sábanas y aquella colcha pro-soviet , absolutamente arropada con tanto confort.
Decidí levantarme y tomar un baño de espuma antes de desayunar en aquel jacuzzi con vistas a la Plaza Roja. Introduciría una mezcla de todas aquellas sales y aceites que Irene me había dejado preparados. Estaba tan entusiasmada por volver a verla y por comprobar la vida tan afortunada que llevaba, que mis sentidos aún no habían sido capaces de procesar la información de aquella primera noche en Moscú, y por supuesto tampoco me acordaba de saber cuáles eran las sales más relajantes, o los aceites más hidratantes o perfumados. Sentada en el borde de la bañera, envuelta en un albornoz de rizo americano, me quedé embobada mirando la cascada de agua que salía directamente de una plataforma dorada incrustada en aquella pared de mármol travertino.
Una a una venían a mi pupila las imágenes de mi infancia junto a Irene. Aquellas tardes de viernes tras el mostrador de ultramarinos de sus padres, en los que jugábamos a clienta y tendera, una compraba y otra hacía las cuentas sobre aquel papel con el que se hacían los cucuruchos para la fruta o las galletas. O esos domingos por la mañana cuando la acompañaba a visitar a su abuela, dos calles más abajo de la nuestra, para llevarle la comida que su madre había cocinado para que pudiese comer toda la semana. Tambien recordé los años de universidad en los que Irene me acompañaba de oyente a las clases, pues un asunto turbio en la economía de la tienda de ultramarinos no había permitido a mi amiga poder matricularse los dos primeros años de mi andadura en la facultad de derecho. De todos modos, aquello no fue ningún impedimento para que acabásemos la carrera prácticamente a la vez, Irene siempre fue más cerebrito que yo, mucho más, y la vida había sabido recompensar tanta sabiduría.
Me introduje en la bañera muy despacio, como queriendo acariciar el agua con cada centímetro de mi piel y que aquel líquido oleico sal marinado hiciese lo recíproco conmigo. Desde el pequeño cuadro de mando que había en el perfil derecho del jacuzzi pude conectar el hilo musical, elegí Sade y su Paradise, porque, no podía negarlo, aquello era el mismo paraíso. Jamás hubiera imaginado que ese ingeniero aeronáutico de Plasencia que intentó meter su lengua hasta mi estómago en las fiestas de la virgen de agosto, hace ya 7 años , habría sido capaz de conseguir aquel puestazo en el Ministerio de Defensa Ruso, mano derecha del Ministro Sergei Shoigu. Y con ello, una vida absolutamente repleta de lujos, boatos y suntuosidades, vamos llena de excesos, de todos aquellos con los que Irene y yo habíamos soñado, una y otra vez, tumbadas en el césped de los jardines de la autónoma, inhalando el humo de nuestros canutos.
Tres toques en la puerta rompieron momentáneamente aquella atmósfera tibetana. Irene irrumpió en el baño seguida de una muchacha del servicio que portaba una bandeja de plata con una tetera humeante, una taza y unas moras que asomaban por el borde de un cuenco de cereales.
-Anda perezosa, ¿has dormido bien?¿qué te han parecido las almohadas? ¿Te gustaron las sábanas? Son una pasada, ¿verdad? Te he traído tu desayuno preferido, espero que siga siendo tu preferido Patri.
Hizo una señal a la joven para que apoyase la bandeja sobre la amplia encimera que aguardaba dos lavabos incrustados con forma de concha. Tras servir el té, se retiró y nos dejó allí solas.
-¡Joder Irene! esto es la leche, si te viera tu padre se caía de culo y se tragaba la lengua, seguro. He dormido como nunca, tía. Vaya suite que tenéis, ni en nuestros mejores sueños había tantos lujos ¿te acuerdas?
-Tenía tantas ganas de que llegaras. No lo sabes bien. Esto está de puta madre, sí, jacuzzi, , mayordomo, gimnasio, chófer, cocinera, cocktails a todas horas, doncellas, seda salvaje, alta costura, sin olvidar la seguridad hasta para ir a mear….. Pero sola Patri, más sola que los ancianos que abandonan en las gasolineras en verano.
Me dejó algo perpleja la paridad que hizo entre los lugares y objetos y el personal de servicio. Salí de la bañera y me introduje en el albornoz que me sujetaba Irene. La dí un beso en la mejilla y me acerqué a probar una de esas apetitosas moras que esperaban junto al te. Cogí otra para ella y se la lleve a la boca.
-Vamos Irene, no te quejes guapa, no será para tanto. Algo bueno tiene que tener todo esto.
-Me tiro el día entero con gente que no conozco, la mayoría ni me entiende, ni me apetece entenderla, no hablan mi idioma, ni tan siquiera el socorrido inglés. Ya no sé que leer, que centro comercial visitar, con que tabla de ejercicios ocupar mis tediosas esperas hasta que Manuel vuelve por la noche. La mayoría de los días llega tan exhausto que ni habla, solo asiente, ni me pregunta qué tal el día, qué has hecho, dónde has estado… en una ocasión hice la prueba. Mientras cenábamos y él consultaba su móvil le conté que me le lo había hecho primero con el entrenador tras la clase de Zumba, después con el chofer en el parking del centro comercial y antes de que él llegase, con el mayordomo en el jacuzzi. Ni levantó los ojos de la pantalla. Se limitó a asentir y hacer una especie de ruido gutural que no se imitar.
Entendí entonces los pares que me había hecho anteriormente ¿Sería verdad o fantasía? Me fijé en los ojos de Irene. Desprendían tristeza, soledad, sombras más que luces. Había perdido el brillo que siempre hipnotizó a cualquier tío que se cruzase en nuestro camino.
-No comprendo ese comportamiento. Manuel siempre estuvo muy enamorado de tí. Dudó coger este trabajo si tu no le acompañabas. Eras su musa, decía. ¿Ha sido así todo el tiempo?
-No, claro que no. Al principio de llegar aquí estábamos sobreexcitados, los dos. Él trabajaba mucho, pero sobre todo le tocó aprender, formarse y llegaba entusiasmado todas las noches. No paraba de hablar, incluso mientras hacíamos el amor. Y eso sí, en aquel tiempo lo hacíamos a diario, éramos como los conejos, incluso a veces venía al medio día a verme y a echar uno rapidito, como me susurraba mientras me metía la mano bajo el sujetador. Yo pasaba los días comprando cosas para hacer de esta suite de hotel algo más personal, para que tuviera más aspecto de hogar. Y no me percataba del tiempo. Pero poco a poco la novedad se fue convirtiendo en rutina, dejó de venir a almorzar conmigo, dejó de llamarme para avisarme que llegaba tarde, dejó de recompensarme por las largas esperas. Y ahora somos dos personas que viven bajo un mismo techo, pero que han dejado de tener nada en común.
Entonces sus ojos recuperaron el brillo, pero solo un instante antes de romper a llorar. La abracé todo lo fuerte que pude para intentar llenar tanto tiempo de soledad, pero no paraba de hipar y de aferrarse a mí como si quisiera fundirse dentro de mi cuerpo y de este modo escapar de todo aquello.
-Vamos Irene, no te pongas así. Esto no puede contigo. No. Tu eres la hostia de fuerte. No te rindas. Seguro que podéis hablarlo y encontrar una solución. Mira todo esto. No puedes renunciar a ello. Con lo que te ha costado llegar hasta aquí. Por lo menos que una de las dos lo disfrute , coño. Venga Irene, para no llores más. No he venido para hacerte llorar, he venido para recuperar todo el tiempo que no nos vemos. No me hagas esto.
-Sí, si, claro, tienes razón. No te mereces esto, hace mucho que no nos vemos. Pero necesitaba desahogarme. Necesitaba saber que aún cuento contigo, que me queda alguien. Porque ¿puedo contar contigo, verdad?
-La duda ofende. ¿qué pregunta es esa a estas alturas de nuestra vida?
-Es muy importante para mí. Tu apoyo y tu amistad es lo único que mantiene mi esperanza de poder salir de esta mierda. Mira, esto es lo siguiente que vamos a hacer hoy.
Se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón vaquero y sacó un sobre alargado.
-Ábrelo, por favor.
El sobre contenía dos billetes de avión en clase bussines con destino Madrid, uno para Irene y otro para mí.
Y así de rápido terminó una vida entera de sueños fatuos.