Daniela no hacía otra cosa que mirar por la ventana. Este año, en su carta a los Reyes Magos había pedido como primer regalo nieve, muuucha nieve. Estaba harta de ver películas por la televisión sobre la navidad donde las casas estaban rodeadas de un manto blanco y los niños se divertían haciendo muñecos con nariz de zanahoria, una y otra vez. Ella quería que sus navidades tuvieran algo de aquello que salía en esas historias tan bonitas de Disney Channel o de Clan Tve. Y eso, era la Nieve. Era difícil que nevase en enero en Lorca. Los pueblecitos de Murcia, poco o nada conocían los copos de algodón, pero los Reyes Magos hacían magia, se ocupaban de traer a los niños lo que ponían en sus cartas, y Daniela estaba convencida de que ese año, los tres magos, iban a demostrarle cómo podían hacer realidad sus sueños.
Su segundo sueño era que trajeran un andador para su abuelo Tomás. Hacía unos meses había sufrido un ataque, algo en su cabeza dejó de funcionar. Al volver de la escuela Daniela y su madre se lo encontraron postrado en el suelo, como dormido, pero no despertaba. Una ambulancia vino y se lo llevó al hospital. Allí estuvo varios días, a Daniela se le hicieron demasiados hasta que pudo ir a verle. Se disgustó al ver que su abuelito no podía mover bien los labios al hablar, que su mano no respondía al intentar acariciarla el pelo como a él le gustaba hacer, que su ojo algo más apagado que de costumbre le hacía parecer más triste. Pero a Daniela no le importó nada de aquello, porque su abuelo estaba bien, estaba feliz de volver a verla y sus ojos, azul casi grises, brillaban como de costumbre. Lo que no sabía Daniela es que no iba a volver a andar como antes, ya no podría dar los paseos que daban juntos por el parque, mientras Tomás le contaba como ayudaba en la huerta a su padre o como cuidaba de los gazapos del corral con su madre. La cosa esa que había hecho daño a la cabeza de su abuelo, había dejado sin fuerza una de sus piernas, por lo que le era mas difícil caminar. Aunque el anciano hacia lo posible por acompañar a su nieta, Daniela era consciente de que algún día podría tropezar y caer, y hacerse más daño, y eso no era bueno para ninguno de los dos. Por eso , había pensado que alguno de los tres Reyes, podrían traerle a su abuelo un buen apoyo para que fuese más fácil continuar con sus paseos al parque y sus fantásticas historias.
Como tercer regalo había pedido una bonita libreta y un bolígrafo para su madre. De esas que tienen las tapas con muchos colores, y dibujos con purpurinas y una goma que se pasa de un lado a otro para que no se habrá y solo ella pueda leer lo que hay dentro. Y un boli, de tinta inagotable y que se borre para cuando te equivocas. Daniela sabía que a su madre le gustaba escribir poemas. De pequeña cuando la acostaba, todas las noches le contaba uno. Daniela elegía una palabra y su madre, la miraba fijamente a los ojos y en un pis pas, le recitaba una poesía que contenía la palabra que ella había elegido. Pero desde que había sucedido lo de su abuelo Tomás, ya no se acordaba de los poemas, no tenía tiempo, le repetía a Daniela. Y ella se ponía triste, porque su madre había dejado de sonreír desde que no recitaba, desde que no cogía su cuaderno en la mesa de la cocina mientras se hacían las lentejas y se ponía a escribir. Y a Daniela le gustaba mucho la sonrisa de su madre, y mucho más, sus poemas.
Daniela corrió las cortinas de su habitación y bajó las escaleras para ir a la sala. Se sentó junto a su abuelo que veía en la tele su serie favorita. Antes de tomar asiento, miró de reojo por la ventana. Nada ni un solo copo. Se quedó mirando la pantalla y siguió repasando mentalmente su carta.
El regalo para papá era sencillo. Un libro de recetas, el último de MasterCheff. Hacía poco tiempo que veía a su padre meterse en la cocina, pero le resultaba divertido. A Daniela y a él, claro. Era divertido ver con su padre, sentada en el sillón los domingos por la mañana, la repetición del último programa. Era divertido intentar cocinar juntos la receta que habían estado apuntando. Y más divertido aún comprobar que debían seguir aprendiendo y ensayando antes de ser grandes Cheff en la cocina. Pero a Daniela eso no le importaba, no era tiempo perdido, eran magníficos momentos con su padre que los guardaría para siempre en su memoria.
Y por último quedaban los mejores regalos, para su hermano Samuel y para ella. Para los dos lo mismo, unas zapatillas con ruedas, de esas que son de deporte pero van un poquito más rápido porque tiene una rueda en el talón que te desplaza más rápido. Daniela había escuchado pedirlas miles de veces a su hermano. Al principio no veía la utilidad de las zapatillas, ella pensaba que eran mucho más divertidos unos patines. Pero cuando sucedió el accidente de su abuelo, pensó que sería más fácil poder acompañar a su abuelo con esas zapatillas, los patines irían más veloces que los pasos del pobre anciano. Así que pidió otras para ella.
¡Daniela! Busca tus guantes y tu bufanda, que nos vamos a ver la cabalgata.
¿Y para qué quiero unos guantes? Pensó Daniela . Si aquí no nieva nunca. dijo con lánguida voz.
Da lo mismo, Daniela, hace frío y parados en la calle, más. No protestes y haz lo que te pido, por favor cariño.
Daniela subió de nuevo las escaleras, abrió el cajón de su cómoda y cogió lo que le había pedido su madre. Bajó y en la puerta ya la esperaba Samuel para salir a la calle enfundado con tantas capas como una cebolla.
Mamá noz ezpeda fueda. Dize que te dez piza.
Daniela se acercó a la sala donde se encontraba su abuelo.
Abu, no te preocupes, no vamos a tardar. Tengo que ir porque no quiero que los Reyes Magos se olviden de lo que les he pedido para ti. Y además te traeré muchos caramelos, vale Abu.
Pásalo bien Daniela y no te preocupes de este viejo, que yo estoy bien aquí.
Daniela sabía que a su abuelo le gustaba mucho acompañarles a la cabalgata todos los años, era el primero en llenar la bolsa de caramelos y de coger a Samuel a los hombros para que pudiera saludar a Melchor, Gaspar y Baltasar.
Le dio un beso fuerte, muy fuerte en la mejilla y salió corriendo.
Vamos Samuel, que tenemos que traer muchos caramelos para el abuelo.
Samuel asintió y agarró con fuerza la mano de su hermana.
Pero al salir a la puerta de casa, Daniela frenó en seco. Samuel tropezó con su pie derecho y casi se cae de bruces. Daniela le sostuvo con la mano izquierda para que no perdiese el equilibrio y le señaló el cielo. El pequeño miró a su hermana y después siguió la dirección de su mano. El cielo pintaba un gris plomizo, con tonos anaranjados y lilas. De repente algo se posó en su nariz, y después en su frente, y en su boca. Eran gotas blancas, parecían algodón.
¿Qué paza Daniela? ¿Ez que llueve? ¿Ya no vamoz a la cablagata?
¡¡Si!! Samuel si vamos. No llueve, es nieve, Samuel,¡¡ NIEVE,NIEVE!!
¡LOS REYES MAGOS HAN RECIBIDO MI CARTA!