«Seguía atrapado allí dentro»,con el cuerpo entumecido, enroscado al palier trasero de aquel coche, acoplado a los huecos de la mecánica como un pegote de plastilina. Tras 12 horas exhalando aquel humo de polvo y carburante, Safir cerró los ojos imaginando un paseo por la arena de Motril, dibujando sobre ella con sus propios dedos, el nombre de sus hermanos muertos. Honraría así su valentía, la de ir en busca de una vida digna. Un golpe fuerte y desgarrador abrió un hilo de luz entre el guardabarros y la chapa del coche y aniquiló el delirio de otro náufrago azotado por el hambre.