El puñetero ojo de la cerradura no le permitía descifrar más que una parte del esqueleto de aquellos que le acechaban desde el vagón contiguo. Osama temblaba. El miedo a ser descubierto aniquilaba el anhelo de libertad que albergaba tras un viaje tan incierto. Agarró sus manos sobre el pecho intentando calmar aquella angustiosa ansiedad después de horas de oscuridad y silencio mortecino. Tampoco reconocía el lenguaje de aquellos hombres. Con la luz del día, el portón del vagón se abrió cegando sus ojos, únicamente alumbrados por la bandera del país amigo adherido en la manga de sus trajes militares.