El loco del arco iris

El loco del arco iris en CartagenaLlegó a tiempo para colgar su bandera en la fachada, justa de tiempo, pero suficiente para salvaguardar el único lugar emblemático de aquel loco hacedor de prodigios arquitectónicos, de escultura o pintura que jamás hubiera podido crear en otro momento de la historia. Pequeños detalles multicolor decoraban la escalinata central, reflejando el haz de luz colados desde el sol. La escena de la humanidad corriendo atropellada por el miedo coronaba una cornisa del mismo color de la arena del puerto. Hacia falta un genio para saber conciliar la fría piedra con lentejuelas de cerámica y que todo resultase un armónico conjunto a la vista de cualquier profano del arte. Juana, por la rabia y el dolor de sus heridas, ahora hermanada con la causa de las Venus, y además era la única heredera del conocimiento de otros tiempos en los que lo exótico y la rutina se enredaban para crear  aquellas verdaderas obras de arte. Por eso, cuando oyó sobrevolar el cielo y arribar los tanques por la muralla de los maltratadores hambrientos, Juana corrió hasta desgastar la suela de sus alpargatas, encaramarse por sus columnas y desplegar el único vestigio de paz que aún entendían. Protegía el único lugar de reunión y asilo para todas aquellas que habían probado ya la ira de los monstruos de hombre. Sus rodillas flojearon una vez más para mantenerla erguida sobre la cornisa, ondeando la bandera sobre su cabeza. Solo dejó de hacerlo cuando que sus oídos perdieron el sonido de los motores.

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