El día siguiente al de Reyes mi cuerpo deambula entre el cansancio, el empacho y la pena. No es que sea una amante empedernida de las luces, el espumillón y la sensación constante de ser un pésimo Rey mago, no , es que cada año que pasa siento que esa ilusión por la magia de estos días que prende de los ojos de mis pequeños, se va haciendo cada vez más opaca y menos inocente.
Tengo que confesar que cada año me cuesta más poner el árbol de navidad. Todos tienen ya bastante que hacer con elegir equipo en el FiFa 18 o coche para la siguiente carrera del GT, si no han quedado antes con las amigas para ir a cazar Pokemon. ¿Y no os pasa que siempre piensas que no tienes suficientes cintas, bolas y adornos? O creo que están ya muy obsoletos y me lío a comprar y al final siempre me queda un abeto superpoblado.
¿Y quitarlo? El año pasado recuerdo que casi cerramos el periodo de rebajas con el árbol aún plantificado en el salón. Por eso este año, aún con la resaca de unas navidades pasadas con bastante nostalgia tras un año plagado de sobresaltos, he decidido encerrar todos esas sensaciones, temores y penas en su caja, junto a los adornos, las cintas doradas y las estrellas brillantes. He sido muy ordenada, por primera vez , y no es broma. He quitado primero las bolas, todas, después los ángeles, las piñas y las estrellas de madera, las campañas y el búho en su nido. Y me he quedado fijamente mirando a la casita con su estrella.
Y he pensado qué así es como quiero que esté siempre, llena de luz, blanca, muy blanca con todas esas ventanas por donde poder ver el campo y a la gente pasear con sus perros y a los niños en bicicleta; y con una chimenea que saque los malos humos de dentro y nos deje solo el calorcito para calentarnos bien mientras jugamos un monopoly o hacemos tortitas con nata, o lo que sea, juntos. Y acompañada de nuestro abeto, ese nos da sombra y se llena de avispas en verano, pero que ha sido un fantástico árbol de los deseos para todos esos amigos que me acompañan en la red.
He recogido las cintas doradas y las luces que este año brillaron poco, como nuestro ánimo He colocado con cuidado dentro de la caja las dos cadenetas nuevas de madera con estrellas y piñas, para que el próximo año no tenga que pelarme con ellas para desenredarlas. Y en medio de las dos ha quedado descansando uno de los adornos de madera que representa un árbol de navidad, me sonreía desde el centro en su plácido descanso, por fin. Y el dibujo que tiene tallado en el medio se ha convertido en un dragón alado que me enviaba toda la fuerza necesaria para enfrentar todos los cambios que vengan este año. Hasta me guiñaba un ojo, imaginario.
Y después de colocar los últimos adornos repartidos por la casa, antes de cerrar la caja he guardado despacio los dos calcetines de la navidad. De rodillas, frente a ellos, he recordado todos los papeles de regalo que hemos roto delante suyo desde que mis pequeños vinieron, la cantidad de cajas apiladas con cariño y mucha ilusión frente a este árbol. Me he preguntado cuántos ¡Oh que chulo! ¿Te gusta mi amor? y ¡Mami, mami un Gomitti! habrán escuchado antes de la próxima navidad, y cuánta de esa magia nos quedará para la siguiente. Aunque mis chicos crezcan y los magos ya no sean reyes, espero y deseo que en ellos quede siempre la ilusión y la magia que supone recibir un regalo de quienes desean que nunca dejen de soñar y lleven un niño dentro de su corazón, siempre
Cuanta nostalgia… No se si es toda tuya o se ha sumado la mía… Mucha emoción en este texto, de esa que nos cuesta admitir en navidad. Un beso.
Muchas gracias cariño , este año en la casita está sumada un poco la de todas, intentando aceptarla un poquito más. Besotes guapa