«Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón». Los ojos de su amada nieta Patricia, el pelo de escarola de su primogénito hijo Ramón, los anillos de boda con su nombre y el de Marina grabados en su interior, la placa con el nombre de la calle donde había vivido los últimos 45 años de su longeva vida. Cuando el gusano de su cabeza se apoderase finalmente de su memoria, Pedro volvería a reencontrarse con sus recuerdos gracias a los dibujos y anotaciones que se acomodaban en las hojas de aquella libreta gris, como lo que se guarda en el cajón desastre de ese mueble de cualquier salón.