Un golpe seco la despertó de repente. Se quedó inmóvil bajo el espectro de saco que cubría su escuálido cuerpo de adolescente. Retiró los mechones de pelo que cubrían sus orejas para poder escuchar bien los ruidos que avanzaban hacia su cuarto. Sofía encogió sus piernas sobre su prominente barriga en defensa de su criatura. Alargó el brazo sobre su cabeza y cogió el móvil para comprobar en silencio qué hora era. Le parecía demasiado pronto para que Román ya hubiera vuelto del trabajo. Sintió como su bebé comenzaba a patalear y a deformaba la exigua piel de sus entrañas. Respiró despacio para no hacer ruido y conseguir relajar los movimientos de su pequeño inquilino. Acompañó la exhalación con suaves masajes circulares sobre el desabrochado ombligo.
El sonido de las pisadas hizo que su corazón cimbrease las venas hasta su garganta. Cuchicheaban varias voces en el recibidor. No eran las 3 de la mañana aún, no podía ser Román. A gatas, avanzó hacia la única silla que hacía las veces de perchero, asiento y mesa, y la desplazó con sigilo hasta la puerta. En ausencia de más cerradura de seguridad, intentó atrancar el picaporte con el respaldo del asiento de madera. Se volvió hasta la esquina más oscura de la habitación, esa que no alcanzaba a iluminar una luna traidora que se colaba por la desnuda ventana. Cogió su móvil e intentó marcar el número de su pareja, pero el temblor de sus dedos y una visión nublada por las lágrimas que brotaban de modo involuntario, no se aliaban en su acierto sobre el teclado táctil.
Román, por favor, Román ¿me oyes?….¡Román! Sofía ahogaba los gritos a través del micrófono del teléfono y los pasos se aproximaban hacia la habitación donde se encontraba. La sangre abandonó su frente y comenzó a sentir el frío de las gotas que asomaban por las sienes. ¡Román, tienes que venir a casa! ¡Por favor, rápido, alguien entró y están tras la puerta de la habitación! ¡Por favor, Román date prisa mi amor! Sin comprobar si su pareja había recibido el mensaje, Sofía apagó el móvil para que no hubiera llamada de vuelta. Y clamó al cielo como jamás había hecho antes porque Román hubiera escuchado sus palabras de auxilio.
En ese momento, escucho dos voces, parecían adultas, Intercambiaban susurros, sin conseguir aplacar un sollozo infantil. Una voz grave le clamaba con dulzura que se tranquilizase : «por fin vamos a dormir bajo un techo» y que no se preocupase por nada más. Sofía vio como el tirador de la puerta intentaba moverse arriba y abajo, pero el respaldo de la silla no le permitía hacer el juego completo. La puerta vibró, desde el otro lado parecían querer derribarla, pero el parapeto aguantó la embestida y el ataque cesó. «Está atrancada, aquí no hay nadie».
Oyó como los pasos de los intrusos continuaban hacia la habitación de al lado a la suya. Los dientes de Sofia dejaron de tintinear y cesaron las corrientes que sacudían sus piernas. Volvió a coger aire lentamente por la nariz y a expulsarlo por la boca mientras agarraba con fuerza su bajo vientre. Notaba como se había endurecido y los riñones comenzaban a pesarle a sacudidas, debía relajarse, respirar y las contracciones cesarían, aún no debía suceder, era muy prematuro.
Pegó la oreja a la pared de yeso que lindaba con la habitación contigua, mientras intentaba mantener el ritmo en la respiración. Escuchó como la voz masculina insistía : «debemos descansar, aquí estamos mejor que en el parque, empieza a hacer mucho frío para Daniela». Había un tercer intruso. El roce de sus ropas susurraron también. Sofía cerro los ojos y dibujó la escena en su cabeza, como él acariciaba la espalda de esa madre abatida por los juguetes desahuciados de su pequeña, y calmaba su acelerada respiración rodeándolas y protegiéndolas en su cóncavo regazo. Sofía comenzó a notar que el sueño la estaba venciendo, la debilidad no le permitía tener muchas horas de vigilia. Pero antes de volver a quedarse dormida, necesitaba saber que estaba segura, que aquellas personas no eran más que compañeros de aquel viaje hacia la nada.
Esperó a que sus piernas hubieran dejado de temblar mientras el silencio se instauraba en ese cuarto. A cuatro patas reptó hasta la puerta, apartando con sumo cuidado a, la silla, fiel colega de su defensa, y girando poco a poco, ahora sí, el tirador.
Apoyando su mano derecha sobre las escamas de la pared harinosa, sujetando su sobrecargada pelvis con la mano izquierda, Sofía avanzó despacio por el pasillo. La puerta de aquella habitación había sido arrancada del marco, por lo que desde el mismo umbral ultrajado, Sofía pudo percibir qué y quienes habían osado interrumpir su sueño y avivar los miedos de quién vive bajo techo ajeno. Allí mismo, plantada sobre sus escuálidas rodillas, observó como aquella reciente y tierna familia, por fin, descansaba sobre el único colchón mugriento que quedaba en aquella casa okupa. Tan sólo mantenían el temor de que su pequeña quedase suficientemente resguardada del frío, entre sus dos cuerpos convertidos en un improvisado moisés.
**Nota del autor: esta historia nos es más que un homenaje al excelso trabajo de Silvia Munt en el documental «La Granja del Paso». No dejen de visitar el link
Qué brillante relato! Lo he leído conteniendo el aliento: eso es manejar el suspenso! Gracias por este texto tan conmovedor! Me voy de visita al blog que mencionabas. Un abrazo 😀
Estupendo el artículo sobre Silvia Munt! Gracias por compartir 😀