-Yago , soy yo, Sandra. Perdona la horas, pero es urgente, necesito que vengas y por favor, llama al periódico y que avisen al abogado. Sí terminó, terminó mal, y ahora estoy entre rejas. Por favor , no tardes. Esta gente me asusta. Por favor Yago, ven a por mí.
No me gusta la cárcel, no me gustan estas paredes llenas de manchas, de humedad, o de sabe díos qué las produjo, los fluidos humanos o los infrahumanos. Hace frío y huele mal, muy mal. A todos esos fluidos, humanos e infrahumanos. Y no hay sitio para sentarse, para descansar las piernas, el único banco está ocupado por esa gorda. Creo que es transexual con pelo a lo Rita Hayworth sin arreglar y un vestido ajustado rosa furcia que deja sobresalir toda su obscenidad. Tiene cara de pocos amigos, y no debe tenerlos porque parece que lleva aquí varios días y nadie se le acerca. Han entendido cual es su espacio vital, y lo respetan. Me duelen los tobillos, los talones se me duermen pero no pienso sentarme en el suelo, está aun peor que las paredes. Intento mantenerme en pie apoyada en estos barrotes llenos de óxido. No puedo pensar que produjo este óxido. Parece que ya está amaneciendo, entra algo de luz por ese minúsculo ojo de buey en la pared. Tengo ganas de vomitar, pero no sé donde, no quiero dejar aquí mis fluidos, no como una delincuente más, yo no soy como ellas, yo no. Aguanta Sandra, alguien vendrá pronto a sacarte de aquí.
Cómo he podido ser tan torpe. Debí tener más cuidado y salir de todo esta mierda cuando me avisó mi hermano. Y ahora, qué significará esto en mi currículo,¿ jugará a mi favor o en contra? Ya tenía material suficiente. Con lo que había descubierto ya podían haberle cazado. ¿Para qué arriesgar intentando localizar al capo? Ellos tienen razón. Tú no eres policía, ni detective ni cristo que lo fundó, ¿a qué meterte en este embrollo? un reportaje de una becaria no es más que un reportaje de una becaria Sandra ¿Qué te habías creído?
No me pilló desprevenida del todo. Debí marcharme de allí cuando Luis me lo dijo. Él sabía que la cosa se podía complicar. Pero claro, no de esta manera, no con este desenlace. ¿Quién nos iba a decir a los dos que la policía ya estaba detrás de sus negocios alternativos? Pero , ¿desde cuándo?¿cómo se habían enterado? Hay algo que me huele raro, tiene cierto tufillo a chivatazo y, a ese sargento que me puso las esposas, yo lo he visto antes, pero ¿dónde?
Quizá no me fui porque aquel encuentro fortuito en las duchas del gimnasio me habían sabido a poco. Quizá necesitaba terminar lo que habíamos empezado. Quizá el sabor agrio de su sexo me había dejado hambrienta, esperando a que llegase el plato fuerte encima de la tabla de abdominales, o en el sillón relax de su despacho. En las últimas semanas nuestros escarceos sexuales habían sido muy escasos, demasiado insignificantes para mi. Sabía y me repetía que debía evitarlos, que debía poner distancia entre nosotros, que no me iba a traer buenas consecuencias seguir haciendo de su muñeca hinchable, máxime con todo lo que me había contado Yago, con lo que yo había descubierto hasta el momento. Pero es que lo necesitaba, se había convertido en mi oscura e indómita adicción, con una vida familiar aniquilada me había convertido en una miserable adicta. Al igual que el tabaco o el alcohol, necesitaba su sexo a todas horas. Tan solo el olor de su camiseta, el roce de sus dedos en la recepción cuando coincidíamos al tocar el ratón del ordenador, o su simple presencia en la puerta de los vestuarios hacía que mis bragas comenzasen a derretirse como un helado a las 3 de la tarde en pleno mes de agosto.
Demasiadas adicciones en poco tiempo Sandra. El verdadero problema viene ahora. Cuando tengas que enfrentarte a tu día a día sin él , sin la duchas, los vestuarios y los encontronazos detrás del mostrador. Cuando tengas que explicarle a todo el mundo qué hacías allí sola con él, a esas horas y con el gimnasio cerrado. Veremos si todo esto no te juega una mala, malísima pasada. Veremos cómo le demuestras a todo el mundo que tú solo estabas haciendo tu trabajo, como periodista y como recepcionista del gimnasio. Veremos si el periódico se atreve a publicar esta historia. Veremos si prefieren apoyar a una becaria, veremos si los oscuros intereses de toda esta trama no tiene tentáculos que lleguen hasta tu director. Veremos Sandra , veremos.
-¿Sandra Nogueira?
– Yo, soy yo.
-Sigame.
-¿Dónde vamos?
-A casa, se va usted a casa. Alguien pagó su fianza, jovencita.
-Mi hermano Yago.
-No, Andrés, ha dicho que se llama Andrés.