Es curioso pero el tiempo va borrando el color a los recuerdos. ¿No te pasa a ti Javier? Parece que la memoria necesite eliminar algunos detalles de lo que va almacenando porque sino llegará un momento que no podrá contener más trocitos de vida. Quizá por eso mis tardes es casa de los abuelos ya tienen ese filtro vintage que tanto gusta ahora en Instagram, o los días de los exámenes en la universidad siempre me aparecen sin brillo, con grandes nubarrones grises, o incluso algunos fotogramas de Nueva York me aparecen en blanco y negro, como el cine clásico. O quizá tenga relación con los estados de ánimo que sentimos en cada momento y la mente los guarda en tecnicolor, sepia o directamente en blanco y negro.
Aquel primer viaje en ferry navegando el río Hudson de punta a punta de Manhattan estaba lleno de contrastes, de brillos y un aroma a la gran urbe que me despegaba a cada minuto del asiento, pero no puedo recuperar ni rojos , ni verdes ni azules de aquel paseo. Tenía demasiado presente la llamada de mi madre, la maldita condescendencia en su voz, su tono retorcido y egoísta que conseguía quitarle brillo a cualquier lugar o instante en el que me estuviera sucediendo algo extraordinario. Y siempre utilizando en nombre de mi padre como escudo, como excusa para lanzar sus dardos envenenado sobre mi conciencia. Pero ya, no iba a pensar más en ella. El puente de Brooklyn me quitó de golpe la pesadumbre sobre mis pecho. Y sonreí. Si recuerdo que sonreí al ver aquel puente de piedra y acero que unía dos grandes apéndices de aquella gran ciudad. No podía seguir desperdiciando mi tiempo y mi pensamiento en aquellos que en esos momentos estaban a tanto kilómetros de distancia. Estire mi cuello , saqué pecho y respiré profundo mientras cerraba los ojos para guardar aquel fotograma en mi retina, en un rincón especial de mi memoria.
Los días pasaban entre las clases de inglés, los paseos en bus recorriendo los diferentes circuitos que tenía anotados en la agenda y los cigarrillos en la ventana junto a los gemidos de las compañías del vecino monumento. Por fin, una noche volvió a salir a la ventana a pedirme fuego. Esta vez ya le entendía a la primera y mi respuesta fue rápida y fiel a los resultado de las 10 primeras clases que ya había recibido. Es curioso porque incluso hoy lo recuerdo todo en español:
-¿Qué tal Nueva York? ¿Te trata bien?
-No me puedo quejar por ahora. Aún estoy descubriéndola. Tiene mucho que ver.
-Si es cierto, yo llevo 5 años aquí y aún hay sitio que no he podido conocer . ¿ Has estado en el Soho?
-Sí , bueno , he pasado por allí con los autobuses turísticos, pero no he paseado aún por sus calles.
-Entonces no conoces el Soho, debes caminar y caminar, Nueva York se la conoce mejor si la pisas con tus zapatillas.
-Si bueno es que las clases no me dejan mucho tiempo y además no conozco a nadie que me guíe y me acompañe.
-Yo puedo hacerte de guía por el Soho, me lo conozco como la palma de mi mano. Y en Nueva York es difícil conocer gente, todo el mundo va a su rollo, ya te habrás dado cuenta.
-Sí, todo el mundo va muy rápido a todos sitios, es como si hicieran running todo el tiempo.
Extendió la mano para estrechar la mía y se presentó:
-Por cierto mi nombre es James, Hardey, James Hardey. Ya conoces a alguien en Nueva York.
-Oh encantada, yo soy Sofia, Sofía Sanz. Ya me puedo ir tranquila a Madrid.
-¿Ya te vas a Madrid? Que pena , ahora que iba a enseñarte verdaderamente lo que es Manhattan.
-No, no- le saque de su confusión- es una frase hecha, quiero decir, que menos mal, pero aún me quedan otros 20 días aquí. Si no he muerto antes de inanición porque en este apartamento casi no puedo cocinar y ya estoy cansada de tanta ensalada griega y perrito de los puestos de la esquina.
-Ah, entonces tendremos tiempo para conocernos mejor y para que conozcas la mejor ciudad del mundo. Porque tu sabes que Nueva York es la mejor cuidad que existe ¿no?- Abrió los brazos tanto que yo pensaba que se le iban a descolgar del tronco.
-Bueno, por ahora me está gustando bastante, pero tampoco conozco muchas con las que comparar. Sí me gusta más que Londres, aunque puede que no tenga mucho que envidiar a Barcelona, ¿tu conoces Barcelona?- Intenté hacer un alarde de mi españolismo, dado que Barcelona sabía que era uno de los destinos preferidos por los neoyorkinos.
-No , no la conozco, pero quizá tu podrías invitarme a conocerla algún día.- En ese momento sus labios se convirtieron en un caramelo de fresa al que pegarle un chupetón absorbente. Me fije que sus ojos eran de un azul intenso y que las pestañas hacían juego con los reflejos rubios de su flequillo que se iluminaban con los restos de sol de aquel atardecer. Empecé a tartamudear, aquella conversación estaba adquiriendo un tono sensual o me lo parecía a mi después de tantos meses de abstinencia emocional.
-Sí claro, yo, yo te-te -te puedo ennnn-señar lo que tu quieras de España, siii si algún día vas por allilli quiero decir.
El móvil empezó a sonar salvándome de un ridículo espantoso y una situación que tenía apariencia de continuar por unos derroteros que en ese momento no sabía si quería continuar.
-Suena mi movil, James , te tengo que dejar.
-Bien, pero no te olvides que tenemos una cita pendiente en el Soho.- Me guiño un ojo, apunto a mi pecho con su dedo índice y se escabulló por su ventana , no sin antes mostrarme parte del backend de su musculosa espalda.
Entre palpitaciones y vibraciones del móvil los oídos me retumbaban y casi no consigo entender la voz de mi padre.
-¿Qué tal Sofía? Hija, cariño, ¿estás ahí?
La voz de mi padre me llegaba como un susurro entre las últimas silabas de James repicando en mi cabeza.