Sonríe siempre cuando me dice buenos días, pero aún queda algo de tristeza en su mirada. El rabillo de sus ojos ha caído sobre las mejillas , sólo la línea del Eyeliner intenta con ahínco arrastrarlo hacia arriba, pero no lo consigue del todo. Trata de abrocharle la cremallera del chándal para que no coja frío en la garganta, sólo faltaba un resfriado ahora que ya ha terminado todo el tratamiento, pero el muchacho de pelo rizado impulsa su mano inerte con el movimiento de su cadera para apartar la suya de un golpe . "¡Qué no pesada!" La grita y ella levanta las manos como quien está siendo apuntado por un arma y agacha la cabeza susurrando "Vale cariño , tu sólo, tu solo". Siento que me encojo, no sé por qué me da vergüenza, ni qué me provoca tanta tristeza. Ella camina con la mochila de ruedas delante del chico, que arrastra su propia pierna con decisión sobre el asfalto.
Recuerdo cuando esa cara llena de lágrimas y mocos me agarraba del brazo donde aupaba a mi pequeño Mario y me decía con lengua de trapo "yo quiero velo también , a ve , a ve tu bebé" Tenía una estatura excesiva para la corta edad que tenía en aquellos momentos de guardería y una fuerza que me hacía saciar su voluntad si no quería que mi pequeño se fuera al suelo. Sus ojos grandes y negros trasgredían sin pudor la dimensión de su rostro, manifestando constantemente sus ganas de comerse el mundo.
Por alguna razón que algún día comprenderé, el destino quiso que dejase a Bruno un año más en aquella guardería, en vez de iniciar su ciclo de infantil en la escuela de primaria, y aun siendo Bruno un año mayor que #elniñoforzudo (me reservo su nombre por cariño e infinito respeto), coincidimos con él hasta que todo pasó. #Lamadreforzuda (tb me guardo su nombre por admiración y cariño) entonces cruzaba pocas palabras conmigo. Las ocasiones eran pocas, pues ella madrugaba algo más que nosotros para poder salir corriendo a su trabajo pese a la incipiente barriga de embarazada de su benjamín. Un buenos días muy rápido en el pasillo de las aulas se confundía a menudo con los gritos de ¡¡mamá no te vayas!! de su pequeño gigante encaramado al quicio de la puerta del aula donde acababa de dejarlo. Tengo que decir que en los primeros días la pena por verle tan desconsolado por la marcha de su madre, me hacía satisfacer sus peticiones según entraba con Bruno y Mario por la puerta, tanto es así que en una de las ocasiones si no hubiera sido por la oportunísima profesora, Mario hubiera acabado en sus brazos con tal de apagar aquellas lágrimas de cocodrilo. Pero tiempo después tuve que comenzar a evitarlo porque mi bebé se alteraba según escuchaba su voz estruendosa.
Una mañana llegamos un poco más justos de tiempo y Bruno se acercó solito hasta su clase pues me coincidía con la toma de su hermano, por lo que no tuve ocasión de cruzarme con el saludo aspirado por la velocidad de #lamadreforzuda. Al recoger a Bruno en la tarde observé que su profesora lloraba desconsolada mientras hablaba con otra mamá del aula, pero la cita con la pediatra apremiaba nuestra salida de allí. Pensé que de nuevo tendrían que volver a operarla de su quebrada espalda y por ello, aquellas lagrimas de rabia. La semana pasó sin que pudiera preguntar a la maestra por su operación, pues Bruno cogió un catarrillo de estos que los dejan tirados en el sillón, con las chapetas en los mofletes y la velilla colgando de su nariz todo el día:
---¿Ha estado algún amiguito malo, Bruno?---preguntaba siempre para saber de qué virus podíamos estar hablando.
---#elniñoforzudo no ha menido a clase mami, tambén está malito, lo ha dicho la pofe. ---me contestó mientras le introducía en la boca el jarabe para los mocos que cayó sobre el sillón por el temblor de mi mano al escuchar su media lengua.
En muchas ocasiones, me sucede que un pequeño detalle me lleva a pensar cuestiones en apariencia algo absurdas, que a mi pesar, lamentablemente se cumplen. Como ese matrimonio que se cruza en la puerta de casa y no se mira a la cara diciendo un "adiós" al suelo y meses después él pone en venta la casa y a ella ya no me la cruzo en el supermercado. En ese momento, la inocencia de Bruno tenía toda la pinta de ser uno de esos detalles malditos, confirmado al día siguiente, de nuevo, por el llanto desconsolado de la profesora:
---Si, hija sí, un disgusto tremendo. En quirófano está ahora mismo. Parece que lo han cogido a tiempo, pero está en muy mal sitio y no saben si lo van a poder extirpar todo.
El frío de un enero apenas concluido y el calor de la calefacción de la clase; el murmullo de los niños alrededor , las madres entrando y saliendo del aula, la toma de las nueve brotando en mis pechos y el llanto hambriento de Mario, me sumió en una niebla espesa y gris que entorpeció mis pasos hasta casa. Recuerdo que en aquella toma las lagrimas de mi pequeño calaron mis pezones y mi llanto acompañó la succión del suero que salía de mis entrañas, más que en ningún otro día.
Por supuesto que salió de aquella operación. Por supuesto, ella lo dejó todo por pasar las noches y los días con su hijo. Por supuesto, en aquellos días se alimentó sólo por mantener las fuerzas necesarias para sacar adelante la vida de aquel hijo postrado en esa cama de hospital y el que aún portaba en sus entrañas. Por supuesto, no renunció de nuevo a ser madre de otro pequeño después de aquel maldito calvario. Porque la vida tenía que continuar, para él y para ella. Quizá por demostrarse que una #madre lo puede todo.
Me avergüenza no poder evitar mirarlos todos los días en la puerta del colegio, porque sé que no debo hacerlo, que mi extrañamiento ya no tiene sentido, la normalidad ha vuelto por fin a sus vidas, o no? No puedo dejar de pensar como aquel niño desconsolado porque su madre se había ido y le había abandonado en un clase llena de pequeños y salvajes desconocidos, ese amor infinito que la clamaba a voz en grito, se ha convertido hoy en recelo y culpa con la que la golpea una y otra vez, y otra vez. Por no saber, por no poder explicarle por qué le había pasado a él, por qué él había sido el elegido, por qué #lamadreforzuda no salvó a su #niñoforzudo del bicho que se posó en su cabeza y creció y creció sin pedir permiso, robándole parte de su infancia y su fuerza. Y ella con su sonrisa le perdona los gritos, los malos modos y la falta de cariño, porque su niño continua a su lado, creciendo y construyendo con firmeza su camino.
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