En realidad nadie te cuenta lo verdaderamente complicado que es encontrar el equilibrio en la educación de los hijos. Cuando son bebitos y tan solo comen , duermen y defecan , siente la extraña necesidad de que el tiempo pase rápido y puedas comenzar a interactuar con ellos más allá de cubrir sus primarias necesidades, como es el comer o mantenerlos aseados. Son momentos entrañables, pues por primera vez sientes como eres capaz de generar vida y que esa vida, es parte de ti y de tu vida por siempre, algo que puede incluso producir vértigo, pero solo un poco, se suele pasar cuando les miras la carita, coges sus manos y hueles su piel.
En el momento que ellos comienzan a fijar la mirada , a emitir pequeños gestos y sus primeros sonidos, deseas que el tiempo de nuevo se ralentíce y pase a una velocidad mucho menor. Es para mi la etapa más tierna de la infancia , la que transcurre hasta los 4 o 5 añitos, una etapa de agotamiento físico para la mayoría de los padres pero, se ve tremendamente compensada por el hecho de acompañar a los enanos en el descubrimiento del mundo que les rodea, tarea extraordinariamente divertida. Y aunque ya en esta fase comienza nuestra ardua labor de educarles en valores, de inculcar respeto y amor por ese mundo que esta descubriendo, lo complicado comienza a partir de los siguientes años, pues El Niño verá con buenos ojos todo lo que le rodea y a quienes le rodean y comenzará a plantear sus particulares peticiones y percepciones sobre ello.
Y ahí estas tu de nuevo para hacerle entender cuando puede ser lo que pide u opina y cuando es que no. Y cuando es que no, argumentar de modo que el lo entienda para que pase a formar parte de su escala de valores, de su capacidad para discernir entre el bien y el mal, lo correcto de lo incorrecto.
Se positivamente que pasará mucho tiempo antes de escuchar de ellos «mamá tenías razón, gracias por ayudarme a entender» , como también se que no lo espero y que mi labor no debe cesar en el empeño de que sean seres humanos dignos de llamarse así.