Todo pasa cuando tiene que pasar, ¿o no? Es quizá la pregunta que más veces he intentado responderme durante todo este año, intenso año. Aún no he conseguido encontrar la respuesta. Intuyo cual puede ser, pero solo es eso, una intuición. Incluso cada vez estoy más convencida que no es cuestión de los humanos obtener la certeza sobre esta y otras cuestiones. Si fuera así, si conociéramos cuándo , dónde, pero sobre todo, por qué se suceden los hechos en nuestra existencia, ¿dejaríamos de vivirlos? ¿No haríamos todo lo posible por tomar caminos distintos a aquellos que nos llevan a la tristeza , al dolor o al sufrimiento ? Y entonces, ¿seríamos las mismas personas? Como dice esa maravillosa canción de Serrat, todo pasa y todo queda, pero la vida es pasar …. Todo lo que vivimos o dejamos de vivir nos deja su poso, y aquello que nos provoca dolor también forma parte de ello. Es el yin y el yang, la confrontación de los opuestos que a la vez se complementan, lo que aporta el equilibrio.
Finalmente esta semana de vacaciones ha pasado volando, como estos meses, como todo el año. Pero hemos podido soltar lastre. He podido renovar la energía para continuar. Hemos escuchado al Atlántico, conversado con los cangrejos y las gaviotas y deleitado con acantilados y playas que quedarán grabados en nuestras retinas. Solo hay que dejar fluir al tiempo y el espacio. Después del yin viene el yang
Siempre que planeamos una viaje, nos cuesta decidir el alojamiento. Pero en este caso no había tiempo para las dudas. Las fatídicas circunstancias familiares de las ultimas semanas habían hecho que todo fuese en el ultimo momento, prácticamente a escasas horas de iniciar el camino. El destino sí lo teníamos claro. Lo había decidido unos meses atrás, aún con la incertidumbre del cuándo podría ser. Pero las ideas se habían precipitado sobre mi cabeza, en ese momento en el que todas las escenas y la historia misma de mis personajes comenzaron a saltar sobre el papel a través de la punta del lápiz: nos esperaba el sur de la península ibérica, el Algarve, de nuevo, Portugal.
Hago un inciso en este relato para deciros que cada día me apasiona más nuestro país vecino. Tres veces son ya las que hemos podido ir a visitarlo y me tiene enamorada. Sus gentes, siempre intentado entendernos con una sonrisa puesta, sus típicos platos sacados del mar, sus monumentos que nada tienen que envidiar a otros países europeos, y sus playas, paradisiacas y bellas playas.
Antes de pasar la frontera, habíamos hecho una parada para comer en uno de los pueblecitos de Huelva que dan al mar, justo donde sus aguas y las del Guadiana se dan la mano. Isla Cristina nos preparó un verdadero Gazpacho andaluz, con su pimiento verde y rojo, y su pepino, en unos cuencos de barro. Y Salmorejo cordobés, con el huevito y jamón bien picadito.¡ Mmmm, nos supieron a gloria des pues de casi 500 km! El postre lo endulzaron los chistes de un oriundo alto y con porte de señorito andaluz, que limaba así la amargura de estar en paro después de 43 años de trabajo, pues nos confesó que no soportaba ver el fracaso en las miradas de sus convecinos clavándose en su cogote: » Empecé con 14 años en los altos hornos de Bilbao. Pero cucha, esto no acaba aquí,mihija, a mi todavía me queda mucho por currar». Eché cuentas: 43 + 14 son 57 años. Pues ya era momento de tomarse un descanso y disfrutar de la vida, insistí. Pero muy convencido me dijo, «quita, quita, lo mejor es tener algo que hacer, con tanto tiempo uno se vuelve gilipollas «( con ese sonido de j aspirada que tienen los de esta tierra).
Y hasta cierto punto le comprendí. En algunas ocasiones, a lo largo de este año, me había sentido así, como gilipollas. Con esa sensación de parásito sin serlo, que genera un escozor constante en el estómago que no te deja parar, y te llena de miedo el pecho ante la incertidumbre de saber si alguien volverá a darte la oportunidad que tanto mereces y deseas. Algunos de los chistes que contaba tenían una gracia muy comprometida para la edad de Bruno y Mario, quienes nos miraban a su padre y a mi con una sonrisa de medio lado y ojos interrogantes. Imitaban nuestras carcajadas sin comprender mas que la amabilidad de un señor que tenía cierto parecido con alguno de sus abuelos y que pese a lo chistes, la expresión de sus ojos se alejaba ciertamente de sonreír. Sin conocernos más que de ese ratito de club de la comedia, nos deseó felices vacaciones y buena suerte. Qué sencillo y gratis es sacar una sonrisa a la gente. ¿Por qué nos empeñaremos tanto en hacer lo contrario?
-Mamá, tu de que conoces a ese señor?- Me preguntó Bruno cuando nos dirigíamos al coche de nuevo para continuar nuestro camino.
-Yo de nada, cariño, no le he visto en mi vida.- Le dije mientras abría la puerta del coche.
-Y por qué nos ha contado esos chistes y nos ha deseado buena suerte? qué amable verdad, mamá? Se parecía un poco al abuelo, a que sí?
-Si un poco sí , tenía un poco de cada uno de tus abuelos sí. Buena gente cariño, solo hay que poner atención a tu alrededor, y seguro que te pasa más veces. El mundo está lleno de buenas personas que solo quieren que alguien les escuche y tener un minutito de gloria, aunque sea con unos desconocidos como nosotros. Y con eso ya les basta para sentirse bien. Y a ti, te cuesta algo escucharle y ser educado?
-No , a mi no. Me ha caído bien. Y alguno hasta tenía gracia, verdad?
-Y seguro que a él también le ha parecido gracioso vuestra manera de reíros y de mirarnos a papá y a mi con esa cara de interrogante que teníais.
Luis y yo nos reímos cómplices, en lo que me di cuenta que habíamos aparcado junto a un acceso a una de las playas de Isla Cristina.
-No nos vamos a ir de aquí sin conocer las playas de Huelva.– De nuevo me había leído el pensamiento.
Entre congregaciones de cangrejos, un largo y robusto puente de madera y barcazas varadas en las marismas , comenzamos a intercambiar con el paisaje nuestro yin por su yang.
Continuará….