Coto de caza

cotodecaza2Sintió una punzada en el pecho cuando apoyo la mano sobre el cartel .»Coto de Caza» leyó. Pero no tenía otra salida. Seguir corriendo o, quizás la muerte. Claudia había recorrido tantas veces aquellos senderos con su perro Flash, que estaba segura de encontrar la salida aún con la poca luz que asomaba ya por el horizonte. Echó un vistazo rápido a los cordones de sus deportivas pero no pudo perder más tiempo en asegurarlos con un doble nudo.

Comenzó a correr sin comprobar qué sombras la seguían, podía ser simplemente la suya que marchaba aterrada pegada a los riscos y la tierra de aquel baldío campo de cereal. El sudor se escurría por sus cejas sin pararse en los ojos suficientemente hidratados por sus lágrimas. Se confundían unas gotas con otras empapando sus mejillas. Pensó que quizá se encontrase con alguno de los corredores que siempre se apartaban de ella cuando la veían acompañada de su cachorro de pastor alemán. Era cierto que para ser todavía un bebé, tenía un porte y unas dimensiones que podían asustar a cualquiera. Además desde bien pequeño había tomado una actitud muy protectora con ella. Será cierto que los animales tienen un sexto sentido ante las amenazas.

Aquel día se habían levantado temprano, la noche había estado muy agitada bajo las sábanas. Le dolían todos los huesos de su cuerpo tras los empellones de Rodrigo sobre su espalda. Se empeñaba siempre en ocupar ese lugar para evitar mirarla a la cara mientras la penetraba. Aprovechaba la postura para, así, indefensa, hacer con ella lo que más le gustaba y que Claudia tanto odiaba. La hacía sentir sucia, usada como una muñeca hinchable, manipulada a su antojo. Pero prefería una noche así, al resto de los días atemorizada por no saber donde se iba a encontrar el siguiente golpe, o el próximo insulto, los continuos gritos machacando su autoestima.

Claudia ya esperaba sentada junto a la ventana, con su taza de café entre la manos. No se atrevía nunca a dar el primer sorbo sin que él hubiera comenzado ya su ritual

Esa mañana había preparado el desayuno con el mismo esmero de siempre. Midiendo milimétricamente la cantidad de café y agua para la cafetera italiana, había esperado los 30 segundos de microondas para templar la leche, untado la tostada con la misma mantequilla de todos los días. El zumo, la mermelada y el azúcar era capaz de servírselos él solo. La comida en el tupper y la manzana pelada y troceada dentro de una bolsa hermética para que no se oxidase. La odiaba oxidada. Pero las servilletas no estaban en su sitio. Claudia ya esperaba sentada junto a la ventana, con su taza de café entre la manos. No se atrevía nunca a dar el primer sorbo sin que él hubiera comenzado ya su ritual. Pero dio igual que le estuviera esperando. La pregunta se clavo en su estómago sin remedio:

—¿Y las servilletas?¿ Se han acabado las servilletas? No veo mis servilletas.—La voz minúscula de Rodrigo, ácida e hiriente escocía en sus oídos.

Se levantó de un salto y abrió el cajón bajo la encimera, allí estaban las servilletas con dibujos de León. Flash se puso en pie de repente, como en alerta, mirando a su dueña desde ahí abajo y sin perder detalle de los movimientos de Rodrigo. Aleteo despacio su cola, intentando disipar la tensión.

—Ya está, ya está, pensaba que ya las había puesto. Disculpa, aquí las tienes.

Al dejar las servilletas sobre la mesa, Rodrigo acarició su mano. Después la agarró.

—No pasa nada preciosa, un fallo lo tiene cualquiera. Cualquiera menos tú, ¿verdad cariño mio?— y apretó un poquito más sus dedos alrededor de Claudia.

—Si claro, un fallo, sólo uno. No más.—Se deshizo despacio de la presión y retiró la mano para volver a ocupar su sitio frente a su taza de café. En tan sólo unos minutos más quedaría en libertad condicional hasta el anochecer, solo debía callar.

Rodrigo continuó sin mirarla con su ritual del almuerzo. Primero el zumo hasta dejar un dedo sobrante en el vaso. Después la tostada cortada con el cuchillo y tenedor dibujando cuadros escoceses perfectos. Cinco vueltas con la cucharilla para remover el azúcar del café y dos tragos largos hasta el final de la taza. Se levantó sin mediar palabra dejando todo sobre la mesa. Cogió su tupper y lo metió en la mochila que portaba en su hombro.

-Hasta la noche, que tengas un buen día preciosa. Y ten cuidado si sales, hay gente muy mala ahí fuera. — y salió apartando con su pierna a Flash, que gruñó en silencio.

Respiró hondo tres veces. Claudia terminó el café casi a tientas, aspirando a ciegas el aroma. La angustia hacía cada vez más pequeño el estómago. Flash apoyó la cabeza sobre sus piernas moviendo, ahora sí , de un lado a otro su rabo e incitando a su ama a levantarse. Acarició a su fiel amigo detrás de las orejas:

—Vamos campeón, ahora toca tu paseo. Salgamos de esta prisión.—el animal rodeaba sus piernas, interceptando los pasos de Claudia en un juego ya cotidiano entre los dos.

Las cavilaciones sobre su huida estaban escondidas en cada recodo del camino tras los almendros, encinas e higueras.

Todas las mañanas hacía el mismo recorrido. Las cavilaciones sobre su huida estaban escondidas en cada recodo del camino tras los almendros, encinas e higueras. En las idas y venidas de Flash tras su pelota de tenis encontraba la fuerza para continuar avanzando. Era esbelto, veloz, elegante en cada zancada, valiente al enfrentarse a los obstáculos que se ponían en su camino para alcanzar su objetivo, regresar con su juguete en la boca para volver a empezar. Llegados hasta la autopista, observaban los coches tras la alambrada , Claudia agarrada con las dos manos a la maya metálica, Flash sentado a su lado con la pelota entre las patas.

—Hasta aquí Flash, solo nos queda saltar y ya seremos libres—el tráfico había conseguido que su voz se elevara lo suficiente para que impregnase el eco que dejaban los coches al pasar.

El resto del día pasó entre lavadoras, limpia cristales, aspiradoras y algo de reposo en el sofá del salón mientras ojeaba por enésima vez su álbum de boda.

El resto del día pasó entre lavadoras, limpia cristales, aspiradoras y algo de reposo en el sofá del salón mientras ojeaba por enésima vez su álbum de boda. Recortó la foto del banquete donde aparecía junto a sus difuntos padres y la guardó en la mochila que llevaba preparando a trocitos para el día de su marcha. Era lo único que conservaba de ellos tras el incendio de su casa. Era lo único que le quedaba por guardar. Cuando regresó a la cocina para fregar su cuenco de ensalada pateó algo bajo el mueble del fregadero. Se agachó y un escalofrío hizo que se le helara la sangre. La fruta troceada de Rodrigo. No estaba en su mochila, estaba allí, tirada bajo la pila. Maldito inútil, pensó.

Eran ya las 6 de la tarde, faltaba poco para su vuelta. Miró su móvil por si tuviera algún mensaje de Rodrigo, alguna pista que le avanzase como iba a ser su regreso a casa. Nada. Ni una sola letra. Pensó que lo mejor era deshacerse de la pruebas, bajaría a tirar la basura para intentar demostrar que allí , en casa, no estaba su fruta. Anudó a prisa la bolsa, cogió sus llaves y sin pensarlo también cogió la mochila de fugitiva.

—Espera aquí campeón, no tardo más de cinco minutos y vuelvo a por tí. Es solo basura. —Flash torció la cabeza y alzó sus orejas mientras quedaba sentado al filo de la puerta del porche.

El sonido metálico de la cancela repicó en sus tímpanos de camino a los cubos de basura. A su vuelta , un ruidoso motor la hizo aminorar el paso. Cruzó de acera para estar más cerca del campo. Era el coche de Rodrigo, acababa de llegar. Vio como salió del coche cerrando la puerta con un portazo amenazador. Claudia frenó sus pasos. Agachó su espalda para esconderse entre los vehículos aparcados en la acera. Desde allí mismo pudo escuchar su afilada voz pronunciando su nombre: «¡¿¡Claudia, Claudía, Claudía?!?».

Respiró hondo tratando de calmar la taquicardia de su corazón. Apretó sus manos sobre su pecho. «Tranquila, tranquila».

Se puso de cuclillas. Respiró hondo tratando de calmar la taquicardia de su corazón. Apretó sus manos sobre su pecho. «Tranquila, tranquila». Con la espalda curvada comenzó a caminar hacia los cotos. Le quedaba lejos el recorrido que hacía con Flash, pero podía conseguirlo.¡¡ Su perro!! No podía dejarlo allí, pero volver podría significar su final. Tenía que confiar que Flash supiera encontrarla. Dejó caer su cinta del pelo sobre unos arbustos, junto al cartel de «Coto privado de caza «. Deseaba que el olfato del animal le llevase hasta ella.cotodecaza

Cuando hubo llegado a lo alto de la colina no pudo evitar mirar atrás. Rodrigo había vuelto a la puerta. Amenazante buscaba con la mirada calle arriba y abajo . Claudia vio como Flash salió corriendo en dirección hacia ella. «¡Sí, qué listo eres campeón!» . Pero la carrera del animal por alcanzarla no hizo más que mostrar a Rodrigo su escondite. Volvió a agacharse. Instintivamente se encogió para ocultarse de la mirada de Rodrigo. Era tarde. La había encontrado. Claudia se apoyo sobre una piedra con las manos para no caer por el impulso. Y decidió cogerla. Comenzó a correr, ahora sí hacia su libertad.

Flash consiguió alcanzarla y la ladró al llegar hasta ella, como reprochando que le hubiera dejado en aquella prisión. Tras los ladridos avanzó delante de Claudia, marcando el camino hacia la autopista. Pero una madriguera atrapó el tobillo de Claudia y lo dislocó. «¡¡Mierda, ahora no!!». Levantó el pie por el dolor y continuó avanzando pese a la cojera.

De repente Flash volvió sobre sus pasos a gran velocidad, como cuando corría tras las liebres que salían a su paso desafiantes. Se impulsó con sus patas delanteras y se abalanzó sobre Rodrigo que ya les daba alcance. Los gruñidos y gemidos del animal se confundían en su forcejeo mientras Claudia se había quedado paralizada, temblando. De pronto notó la piedra entre sus dedos y acudió al auxilio de su cachorro.

—No te atrevas, guarra. ¿Dónde te crees que vas? ¿Y piensas que vas a poder vivir sin mi? Pero si eres una inútil.—Flash estaba enganchado a su brazo y no le soltaba mientras gruñía y gruñía.

—¡¡No soy ninguna inútil. No soy ninguna inútil!!— Y el miedo se convirtió en rabia al escuchar esa voz diminuta. Y su mano se lanzó sobre la cabeza de Rodrigo dominada y dirigida por el peso de la roca.

Chocó contra su frente una y otra vez. Crujió. Brotó sangre. Cayó sobre la tierra, junto a la higuera. Flash soltó su brazo para apretarle el cuello. Gruñía, no paraba de gruñir.

—¡¡Basta Flash!! ¡¡Suéltalo, suéltalo!!—Claudia temblaba llorosa de pura excitación. Cogió la piedra y la guardo manchada de sangre dentro de la mochila. No se acercó para ver si respiraba. Siguió corriendo.

Flash se mantuvo a su lado. Llegaron hasta la alambrada. Observaron el tráfico de coches y camiones que no cesaba por esa carretera nacional. Intentaron escalar la maya pero el animal no tenía aún la agilidad suficiente para encaramarse a ella. Buscaron un agujero por donde colarse. Allí estaba, como hecho aposta, unos pasos más abajo. Salieron a la autovía y Claudia sacó su pulgar en dirección al oeste. Un camión con matrícula portuguesa se paró en el carril de deceleración para entrar a la gasolinera cercana.

—¿Te puedo llevar a algún sitio, princesa?— Era una mujer, de pelo corto y pendiente en el labio inferior. Llevaba una camiseta de ACDC y la bandera con el arco iris colgando del retrovisor.

— Necesito llegar a la frontera. Necesito encontrar mi libertad.—Claudia aguantaba las lagrimas con la voz quebrada por la angustia.

—Vamos, subid, no puedo prometer que la encontremos pero habrá que continuar hacia adelante.

Impulsó las patas traseras de Flash hacia el interior de la cabina y cerró tras de sí dando un portazo , ahora sí, a su pasado.

 

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