Y quise pedir un deseo. Aproveché que el viento se había tomado un descanso y corrí a la alacena de pino barnizado en busca de un mechero que prendiese la mecha . Reflexioné a cámara lenta sobre lo que, de verdad, quería implorar a aquella llama , lo que sin más dilación era el ultimo deseo antes de partir de aquel santuario de la razón. Aspiré el olor a dama de noche y rosas de aquel jardín impresionista, descalce mis pies para sentir el contacto con aquel tapiz viviente, y mis poros comenzaron a suspirar con el reflejo de esa luna plena. El día que me encontraron bajo las inmaculadas sábanas, como un ovillo enredado en su propia maraña, solo era consciente de mi propia inexistencia . Tan solo notaba el aire de mis pulmones en las rodillas , el calor de mi aliento quemando mis labios. El dolor de mi alma secando mis lagrimales.
Entonces, el calor del mechero sobre las yemas de mis dedos, apremió mis pensamientos. El hilo de notas que se escurrían entre los candiles de papel, acompasó en estrofas la plegaria de mi cordura recién devuelta : «que el día esté lleno de nombres, adoquines de ese sendero que va a llevarme hasta donde te encuentres. Que las noches me den el descanso que necesite para no perder la esperanza de volver a verte. Que el fuego de esta llama ilumine tu corazón para que pueda guiarme entre las sombras»
No necesité más nada. El leve humo de aquel farolillo incandescente, dibujó el boceto de tu rostro.
El pictograma era tu señal.