Sí , soy yo Amelia… ¿ quién es? …Sí Adolfo Dalmau es mi….nov…amigo¿quién dice?…¿ qué?… ¿cómo ha sido? …..pero ¿está grave? Por favor, ¿dónde se encuentra?…Si , gracias , en seguida marcho para allá. No sé si habrá vuelo, intentaré llegar cuanto antes. Por favor, hagan todo lo posible. Gracias, muchas gracias por llamar. Adiós.
El mundo se paró, se detuvo el tiempo en aquel instante, en la estación de autobuses de Sants. Adolfo acariciaba sus labios, coqueteaba con su boca mientras enredaba con sus dedos en la melena castaña de Amelia. Ella reprimía el nudo en su garganta y las lagrimas en sus ojos acariciando su rostro imberbe con el reverso de sus manos. Había sido el fin de semana más ardiente y pasional de los últimos dos años para aquel ingeniero catalán y la maestra gallega, la culminación de una historia de amor que se había fraguado pese a la distancia y el tiempo.
El azar había querido que Adolfo tropezase tres veces con aquella mujer en la estación de Renfe que unía Plaza Catalunya con la de Sants . El proyecto de ingeniero hacía ese recorrido todos los días para llegar la Universidad Politécnica de Barcelona. Allí cursaba ya el último curso de industriales y estaba comenzando con su proyecto fin de carrera. Desde aquel primer tropezón supo que no podría olvidar su rostro.
Perdón,perdón, soy un despistado, lamento el pisotón. ¿Se encuentra bien?
No te preocupe. Contestó Amelia con gesto de dolor por el atropello. No ha sido nada, por favor, continúa. Parece llevas prisa
Si, lo siento, no puedo entretenerme o llegaré tarde, de nuevo. Pero, ¿necesitas ayuda? Adolfo percibió cierta confusión en su rostro.
Solamente el andén para llegar a Plaza Catalunya. ¿Cuál es , por favor?
Sí claro, solo debes cambiar de andén, es aquel de enfrente. Discúlpame de nuevo, ¿tu nombre es….?
Amelia, mi nombre es Amelia, muchas gracias.
Dudó antes de pronunciarlo, pero finalmente sintió un empujón desde dentro que hizo que su boca lanzara cada sílaba de su nombre.
Adolfo, yo soy Adolfo. Asintió con la cabeza. Pues que tengas un buen día, Amelia. Y lanzó una amplia sonrisa acompañando su voz.
Amelia reanudó el paso, dejando un cierto desasosiego en el pecho de Adolfo. Él también reinició el camino hacia sus clases, sin ser consciente de lo que aquel choque de trenes con esa hermosa joven iba a suponer para él. Mientras caminaban ambos contaron hasta 5 y voltearon sus cabezas intentando encontrar sus rostros, y allí chocaron, cada uno en su andén pero con los ojos en el andén del otro. Y un látigo azotó sus entrañas, grabando las imágenes de sus rostros en sendas memorias.
La maestra no acertaba a pensar cómo hacer para llegar cuanto antes al lado de Adolfo. Las ganas de llorar y el desazón quemaban su pecho con rabia. No , no podía ser cierto. No era justo, no. Tan solo 48 horas después de haber considerado la opción de vivir juntos, de formar un hogar, de dejar atrás los kilómetros que les separaban y continuar, por fin, aquella historia de amor, todo parecía romperse, desquebrajarse, hacerse añicos. Volvió a coger el teléfono y marcó el número de su hermana.
Rosalia, por favor, está Santiago, necesito que me lleve al aeropuerto, con ugencia, es Adolfo.
Pe…pero ¿qué ha pasado Amelia?¿Adolfo? Tu amigo de Barcelona, ¿qué le ocurre? Santiago si está, íbamos a comer.
Por favor, dile que venga, necesito llegar cuanto antes al aeropuerto. Ha tenido un accidente, me han dicho que está muy grave. No saben si pasará de esta noche.
La voz de Amelia se quebró al decir estas palabras. No quería llorar, pero al describirle a su hermana lo sucedido, se fijó en su retina la imagen de Adolfo inerte, extinto ,postrado en la cama de una inmaculada habitación de hospital. Una lágrima se escurrió por su mejilla hasta sus labios.
Ahora mismo marcha pa ‘lla. Non te preocupes, Amelia. Seguro que llegas a tiempo.
Santiago llegó en 15 minutos. Amelia estaba esperando en la puerta, bajo un paraguas morado, encogida dentro de su gabardina marrón caqui y con una bolsa de viaje apenas sujeta con su mano derecha. Su cuñado observó el rostro de aquella mujer. Descubrió entonces cual era la relación que Amelia mantenía con aquel catalán. No era simplemente una amistad como ella les había contado. Esos viajes a Barcelona, cada vez más frecuentes, les habían hecho sospechar. Pero ella siempre negaba la mayor. Se excusaba siempre detrás de conferencias, cursos o exposiciones sobre distintas temáticas de educación y pedagogía.
Gracias Santiago, por favor, llévame al aeropuerto. Necesito coger el primer avión a Barcelona.
No podía desviar la vista de la carretera, pero Santiago notaba como Amelia limpiaba una y otra vez su rostro con la palma de su mano. Escuchaba su respiración, entrecortada por el ahogo de sus lágrimas. En la mente de Amelia se repetían una y otra vez las imágenes de la noche pasada durante el fin de semana. Se fundían la suavidad de las sábanas de aquel lecho de amor, el pecho de Adolfo agitándose sobre su piel, el olor a sexo desmedido y placer encontrado, el sabor espumoso del cava corriendo entre sus pechos, aderezado por la dulce acidez de las fresas. Santiago rompió el silencio sin saber muy bien como consolarla:
Seguro que te espera. Si ese hombre siente lo mismo por tí , seguro que esperará hasta que llegues. Yo lo haría Amelia, jamás podría irme sin despedirme de una mujer como tú.
Amelia rompió su llanto agradeciendo las palabras de su cuñado. Nunca hubiera imaginado una sensibilidad tal en aquel hombre rudo y gris. La acompañó hasta el mostrador de Iberia, sujetó su bolso y espero paciente y en silencio a que tuviera sus billetes en la mano.
Que vaya bien Amelia. Llámanos si necesitas algo más. Mantennos informados sobre tu vuelta.
Presionó fraternalmente su mejilla antes de que Amelia entrase por la puertas de facturación. No puedo articular palabra. Los nervios habían paralizado su lengua y no podía más que desear llegar cuanto antes a su destino. Observó a Santiago mientras se perdía en las escaleras mecánicas, con su mano derecha consiguió despedirse de él.