Levanta la vista de la aguja para que su encorvado cuello encuentre reposo. Mira a través del cristal de la ventana, guiñando y frotando los ojos para relajar sus pupilas. Tantas horas sobre aquella vieja máquina de coser entumecen sus huesos y trasmite una especie de tic nervioso a su pie derecho que continúa pisando el pedal, ahora ya, sin necesidad. Gira la cabeza a un lado y a otro y lleva sus manos a la nuca masajeando con los dedos las vertebras castigadas por la máquina de coser. Justina cree reconocer a su nieto en las patadas que propina a un balón de goma, un rubio despeinado y con tanta destreza como cualquier Maradona. Tantas horas cosiendo pantalones, y bordando su nombre en los babis de la escuela para que ahora llevase casi 20 días sin dejarse besar las mejillas. No tiene vergüenza este jodio crío, será capaz de jugar junto a la puerta de su abuela y no venir a darme un beso.
Apoya su mano en la mesa para encontrar el reposo necesario que enderece su espalda sobre las agarrotadas piernas. Justina rodea despacio el tablero mientras se oye el agudo y lejano portero automático que sale de la cocina. Se acerca a la ventana. Corre las cortinas con una mano. Queda apoyada sobre el cristal y contempla, desde más cerca, la cara de aquel chiquillo despegado. La anciana suspira. Igual de rubio que su padre, pero tiene más pelo, en eso ha salido a su madre. A su padre también se le daba bien la pelota, cuántas bombillas de la maquina rompió con los goles que metía en casa mientras yo terminaba los pantalones para Sepu. ¿Y no mirará pa’rriba, el desgraciao éste? Mira que no subir a darme un beso, aunque solo sea por los cinco euros y las pipas que siempre se lleva. En eso también ha salido a su puñetero padre.
Justina desliza la frente sobre su mano derecha y busca en el bolsillo del delantal. Saca un papel y lo mira. Y mira al chiquillo . Y vuelve a mirar al papel. Es una foto casi rota por la mitad, en tonos sepia pues el paso del tiempo se ha llevado la pureza del magenta y el cian. Acaricia el rostro del retrato con su pulgar, una y otra vez, y mira tras la ventana. Ella tambien era rubia, también jugaba al fútbol con su hermano, incluso mejor que él. Pero a pesar de los pelotazos en la máquina de coser, después venían los besos y los mamá perdona, te quiero mucho mamá, deja de coser y cuéntame un cuento. Tu si hubieras subido a verme, hubieras enseñado a tus hijos a querer de verdad a sus mayores, a necesitar el darle un beso a los abuelos antes de ponerse a jugar en el parque debajo de su ventana. Y yo no estaría aquí sola hablando con un cristal opaco al resto del mundo y que tampoco responde a ninguna de mis preguntas.
La anciana taladra con sus besos la octavilla con la imagen del alguien igual a ella, con 40 años menos. Vuelve a sonar el telefonillo. Guarda la foto cuidadosamente en el mismo bolsillo de su delantal y abandona la ventana, y la intención de saludar al futbolista. Por mucho que me dijeran que es lo mismo, después de que te fueses Marina, sabía que me quedaba sola. Tu hermano, siempre con la maleta pa’rriba, maleta pa’abajo. Con cara de cansado, vaya ojeras que arrastra, pero un beso, sólo un beso de vez en cuando, o un cómo estás hoy mamá. Claro, Javier ya no necesita babies ,ya no marcan su ropa para la escuela, ya no la pierde el jodío crío. Ni a por tupper viene. Alguno de los dos habrá hecho un curso de esos de cocina, pero la plancha ni la tocan, siempre lleva las camisas como una pasa. Pues será una moda, quizás.
Justina sacude su delantal para despojarlo de los hilos que cuelgan. Se frota la boca con la mano y mira a la máquina de coser. Por hoy no tengo más ganas compañera. Necesito apaciguar mi garganta que arde como un demonio. Mañana continuamos la tarea. A ver si la de la telenovela ha terminado ya de coser su bandera. Mientras camina hacia la cocina, el sonido del teléfono en el salón acompaña sus lánguidos pasos.
Con un titilante vaso de agua en la mano, se sienta en su sillón granate de orejas frente al televisor. En una pequeña mesita a su izquierda deja el vaso y coge el mando para encenderla. Reposa su espalda sobre el acolchado del sillón y comienza a sonar la sintonía de su serie. El agotamiento de su rostro se desdibuja tras una leve sonrisa que aparece en sus ojos y sus pálidas mejillas. Cierra los ojos un instante. Respira hondo inhalando la música que sale por el altavoz de la pantalla. Suena insistente el portero automático en la cocina. Abre los ojos. En el televisor la imagen de una señora que martillea el pedal de una Singer. Encorvada frente a una ventana, levanta la vista y mira a través del cristal. Parpadea una y otra vez, aclarando sus pupilas. Se acerca a la ventana. ¡Un sinvergüenza este jodío crio! Ni un beso viene a darle a su abuela.
¡Bellísimo, Antoñetta! Ese tono tristísimo como una luz de fondo… Y qué final! Un placer visitarte, amiga 🙂
Muchas gracias !!! Ya hacia tiempo q me faltabas , que alegría !! Un abrazo fuerte ??
¡También te he extrañado! Otro enorme para ti 🙂
¿te he dicho alguna vez que me encanta como escribes? 😉 …ya te estaba poniendo falta ….jejeje no sabes como me alegro de leerte.
Hola preciosa!!! Y amo me encanta contar con tu compañía , lo sabias? Esto de ser opositor es muuuy duro, casi no tengo tiempo para na ??