Al otro lado del objetivo

objetivoViernes de madrugada

Prefiero no mirar el reloj, se que debe ser tarde porque ya solo oigo el callejón del pasaje repleto necios adolescentes que ahogan su vehemencia y desapego a esta mierda de realidad, en ese alcohol destilado que llaman botellón. No puedo fijar los ojos en la ventana pues hoy no soporto mi reflejo en ningún cristal. Me angustian los días que se escapan sin esa imagen perfecta, ese grabado de blanco sobre negro que me eleve por encima del resto de los mortales. Abro la nevera y ahogo la mahou por el cuello, me siento en el sillón frente a la caja tonta mientras ilumino el salón encendiendo de nuevo el cigarro que aún cuelga de mi boca. Tiro el mechero sobre la mesa, y estiro una pierna sobre ella. Alargo el brazo por el respaldo del sillón en busca del mando de la tele. Me confundo y cojo mi móvil. Una sirena ilumina la pantalla de la televisión y me veo reflejado. Ahí está, esa es, observándome, esperándome. Enfoco la cámara del móvil y disparo.

Sábado por la tarde

Me voy a la calle, necesito coger aire. Me ahogo. Me consumo. La cabeza me da vueltas y no consigo poner negro sobre blanco ninguna imagen. Se acerca la exposición y no tengo todo el material. ¡Mierda, mierda, mierda! Va a ser un puto desastre. Lo sabía. No soy capaz de salir de esta triste vida, no se aprovechar las oportunidades, ya me lo dijo mi madre, y José, y Vanessa, y ella. Ella también me lo decía, pero no quería escucharla. Nunca supe escuchar a nadie, nunca quise en realidad.

Voy a correr, sí, mejor quemo este mal rollo. Así me agoto y , quizás , encuentre antes el descanso. Mis zapatillas, el móvil y unos cascos. ¿Donde están los putos cascos? Necesito música, mi música, Depeche, Bruce o los Rollíng, algo que tapone mis oídos y mi cerebro, por unos minutos, por unas horas, por todo el tiempo que pueda. Un cigarro, también, para después, me da igual lo que piensen, son mis pulmones, mi enfermedad, mi decisión.

¿En qué dirección? Hacia el Debod, si mejor por el parque o mis rodillas no aguantarán tanto asfalto. Seguro que ya están allí los niñatos con sus botellas y su estupidez infinita. Espero que no se crucen por mi camino, no tengo ganas de machacar la cara a nadie, hoy no, ahora no. Necesito relajarme.

Ahora si me ahogo. No tengo fondo. Que rápido envejece uno, joder. El puto tabaco, me está consumiendo, o no, soy yo solo el que se consume, por eso me ahogo. Porque no tengo ni fondo, ni principio. Esto es una mierda, ¡Ya! no corro más. Un banco , necesito un maldito banco. Todos ocupados de niñatos borrachos. Solo quiero un banco, coño. Un cigarro y me voy. No pido más , un banco. Aquel, es mío. Que nadie se mueva. Es mío.

Para algunos es asqueroso, para mí un placer. Sacar el humo por la boca y la nariz a la vez y sentir como el aire va ahumando mi bigote, después mis labios. Despacio, sin prisa, como un susurro. Y allí ¿ qué hacen esos dos? ¿Se odian o se aman? ¿Se abrazan o se agarran? ¿Ellos o Ellas? El móvil, necesito el móvil. Sí, son ellos, y lo están haciendo todo a la vez, allí delante del resto del mundo, y no les importa, a ninguno, ni a ellos, ni a ellas. Esa es mía, ahí está de nuevo, esa es, mirándome otra vez, esperando mi objetivo y ¡Flash!

Domingo en la siesta

Ya son las cuatro de la tarde y no puedo moverme del sillón. Anoche fui incapaz de llegar a mi cama. Me dolían todos los huesos de mi cuerpo después de la paliza a alcohol que me dieron aquello chavales. Vaya lección. Pensé que allí se acababa todo. Mi móvil, mis fotos, mi exposición. Pero no, la vida no deja de sorprenderme todos los días. No les vi venir, cuando quise levantar la vista de mi pantalla, los tenía encima, increpándome con esas barbas pueriles de diseño. Eran cuatro los que rodeaban mi banco. El flash de aquella foto había sido su chivato. Cómo no me di cuenta. Ya era noche cerrada y debí evitar que saltase. En un primer momento pensé echar a correr, pero no me quedaban fuerzas después de mi fortuito entrenamiento por el que había salido a la calle. Decidí entonces tomar una postura desafiante, pero iba a salir mal parado, 1 a 4 no era una situación equilibrada. Me mantuve impasible en el banco esperando a que se decidieran a actuar. Finalmente me preguntaron que si era un voyeur, que si me molaba fisgonear a la gente. Uno de los que había fotografiado estaba frente a mí, sin hablar, el que preguntaba era su pareja que estaba justo a su derecha. Me giré un poco para mirarle según le contestaba. Decidí decirles la verdad, que era fotógrafo y que en breve tenía una exposición en Barcelona y que necesitaba finalizar mi book para no decepcionar a nadie, principalmente a mí mismo. Los cuatro chicos se miraron, se hicieron gestos con la barbilla y las cejas a modo de consulta entre ellos. Finalmente el que me había preguntado arrancó de mis manos el móvil y se puso a indagar sobre las imágenes que había capturado. Hicieron un pequeño corrillo alrededor de este, intentando visualizar todos lo de aquella pantalla. Aquel líder alargó de nuevo el brazo y me devolvió el móvil. «Son muy buenas capullo, ¿te apetece una cerveza?»

Busco el móvil en el bolsillo de mi vaquero. Se ha convertido en una prolongación de mi polla y se me ha tatuado en el muslo. Ahora ya sí soy un verdadero tío apple. ¡Qué cojones!

Martes, 4 de la madrugada.

Estoy en el hotel de Barcelona, eufórico, incapaz de conciliar el sueño después del subidón de adrenalina provocado por el éxito de la exposición. Ha venido mucha gente, más de la que podía imaginar. Muchos amigos del mundo digital y verdaderas autoridades de la fotografía. Ha estado de puta madre. Y todo gracias a los chavales del Debod, todo gracias a la borrachera de después. No recuerdo prácticamente nada de esa noche. Solo la resaca del día después y la sorpresa de encontrar mi móvil repleto de imágenes que me dejaron con la boca abierta. No sé quién las tomó, por el encuadre y las luces, parecen hechas por mí, pero no puedo asegurarlo. Aunque sé que hay una que no la hice yo. Y es la que más éxito ha tenido esta noche. Son mis dientes, en primer plano girado 90º a la izquierda, mordiendo y enganchando el labio de alguien con barba. En blanco sobre negro, con luces y sombras, totalmente nítida. Un éxito ya digo.

Suena mi móvil, ¿a estas horas? Un whatsapp: «Sabía que mis labios iban a gustar a todo el mundo, no solo a ti. ¿Cuándo repetimos? Mirón».

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